El genio de la química que se convirtió en “el envenenador de las tazas de té”

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Graham Young
Graham Young

Desde muy chico, y a pesar de que transitaba una infancia desafortunada, Graham Young parecía perfilarse hacia un futuro brillante. Con un coeficiente intelectual de “superdotado” y un llamativo interés por la Química, su padre creyó ver en él a un gran científico en ciernes y para estimularlo le compró un juego de laboratorio casero, con mecheros, matraces y tubos de ensayo.

Tenía 14 años cuando sumó su primer asesinato

Fred, el padre, imaginó ese juego como un primer paso de la formación de un hombre que sería famoso por sus talentos. Pero a veces los sueños se transforman en pesadillas y, aunque Fred acertó al presagiar la fama de su hijo, se equivocó en cuanto a los motivos. El pequeño Graham no se convirtió en el científico brillante que esperaba, pero sí se hizo famoso como asesino en serie.

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Pasión por experimentar

Graham era un chico solitario y taciturno, pero en la escuela se destacaba. Aprendía más rápido que sus compañeros y leía todo lo que tenía a su alcance. La química –una materia que no tenía en la primaria– era su pasión: leía y memorizaba los prospectos de los medicamentos que encontraba en la casa.

También experimentaba con todo lo que encontraba. La tía Winnie lo castigó cuando descubrió que había arruinado su perfume preferido mezclándolo con el quitaesmalte, y una tarde, a los 9 años, debieron llevarlo de urgencia al hospital porque se intoxicó al oler una combinación de lavandina y detergente que él mismo había preparado en un balde.

 

Una madrastra muerta

Más o menos por esa época, Fred volvió a casarse y decidió que Graham regresara a la casa para que todos vivieran nuevamente en familia. Como regalo de bienvenida, le compró un juego de química. Molly Young, la madrastra de 37 años, no le cayó bien a Graham, un sentimiento que compartía con su hermana Winifred. Apenas si la toleraban.

En febrero de 1961, cuando el químico precoz tenía 13 años, la madrasta Molly cayó enferma: sufría vómitos, diarrea y tenía unos dolores de estómago insoportables. Los médicos dijeron que eran “ataques de bilis”, pero pronto Fred y Winnifred también se enfermaron.

Como Graham también se descompuso, nadie sospechó que esas enfermedades eran el resultado de sus experimentos sobre los efectos de la belladona, un veneno difícil de conseguir, en su propia familia. La mezclaba en pequeñas dosis con el té. Su propia descompostura fue el resultado de una equivocación: había confundido su taza con la de su hermana.

El 21 de abril de 1962 Fred Young encontró a su esposa Molly retorciéndose de dolor en el jardín de la casa, con espuma en la boca. En el hospital no pudieron hacer nada para salvarla. Su cuerpo fue cremado dos días después, borrando todas las huellas del primer crimen del adolescente Graham Young.

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Sospechas y confesión

La muerte de la desafortunada Molly no detuvo a Graham. Las descomposturas atravesaron las puertas de la casa de la familia y se extendieron a algunos compañeros de colegio del químico aficionado. Fue la tía Winnie la que se dio cuenta de que los chicos afectados por los mismos síntomas que los Young eran casualmente los que solían ir a tomar el té con Graham. Había algo raro ahí.

Después de algunas vacilaciones, Fred decidió llevar a Graham a un psiquiatra. Sin traicionar el secreto profesional, el médico le dijo a Fred que su hijo le había hecho “una serie de confesiones perturbadoras” y le recomendó que contactara a la policía.

En la comisaría, Graham se despachó: confesó que había asesinado a su madrastra y que también había intentado matar a su padre y a su hermana poniendo belladona en el té e, incluso, en algunas comidas. Lo sentenciaron a 15 años de confinamiento en el Hospital Broadmoor, una institución para criminales mentalmente inestables. Lo declararon “curado” después de nueve años de internación y salió en libertad en 1971.

 

Envenenador serial

Graham tenía 24 años y necesitaba un lugar para vivir. Pese a haber sido una de sus víctimas, su hermana Winnifred lo alojó en su casa. También necesitaba un trabajo y lo consiguió en un laboratorio fotográfico de Bovingdon, Hertfordshire, cerca de su domicilio.

Graham les cayó bien a sus jefes y compañeros de trabajo, sobre todo porque era el primero en ofrecerse a la hora de preparar el té para todos. Nunca imaginaron que agregaba al agua y las hebras otro ingrediente que sacaba con facilidad del laboratorio, el venenoso talio.

No demoró en desatarse una verdadera epidemia de vómitos, náuseas y calambres estomacales. El primero en morir fue Bob Egle, un jefe del laboratorio de 51 años, pero en el certificado de defunción no figuró veneno alguno sino una “neumonía” como causa de la muerte. Nadie sospechaba todavía de Graham Young. Meses después murió otro de los compañeros del joven laboratorista, un hombre llamado Fred Biggs. Con esa muerte sonaron todas las alarmas.

La muerte de dos trabajadores de la empresa fotográfica en tan poco tiempo puso en alerta a no solo al servicio de salud pública sino también a la policía, que decidió investigar el pasado de todos los empleados. Cuando descubrieron que Graham había estado internado en un psiquiátrico y que había matado con veneno a su madrastra, lo detuvieron. Hacía menos de un año que estaba en libertad.

La policía encontró talio en su bolsillo y antimonio, talio y aconitina en su apartamento. Además, en el allanamiento se descubrió un diario íntimo de Young, en el que este llevaba un minucioso detalle de todas las dosis de veneno que suministraba, sus efectos y a qué personas estaba decidido a matar y a quiénes estaba decidido a dejar con vida. Los policías, atónitos, sumaron más de 70 víctimas de sus experimentos.

El juicio en su contra comenzó el 19 de junio de 1972 en St. Albans y duró 10 días. Al principio, Young se declaró inocente y explicó que su diario íntimo era una ficción que él había creado para escribir una novela. La evidencia lo desmentía y lo condenaron a cadena perpetua. Recién entonces cambió su versión y asumió los crímenes.

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