La motricidad es uno de los aspectos que más potencian los niños en los talleres artísticos.
En disciplinas como el teatro, la danza o el circo, emplean todo su cuerpo y así aprenden cómo funciona. Sakuda explica que los niños suelen pasar la mayor parte del año escolar sentados en sus carpetas, mientras que en el taller pueden moverse con mayor libertad y esta experiencia les hace sentir más seguros y en armonía con sus cuerpos. La especialista agrega que con estas prácticas se pierde el miedo a hacer el ridículo y el consecuente aumento de la autoestima, la seguridad y la confianza. “En los talleres, existen espacios donde uno puede comunicarse mediante la palabra y el cuerpo. Todo eso aporta al desarrollo del niño y el adolescente, fortalece su área emocional e, incluso, le enseña a trabajar en equipo”.
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Finalmente, Ramírez destaca que los talleres de arte ayudan a los participantes a desarrollar la predisposición a aprender. “Todos los niños que se acercan por primera vez a un taller, sea cual fuere, no siempre están seguros de lo que recibirán. Conforme avanzan las clases, desarrollan su predisposición a aprender de los errores, y se comprometen a seguir avanzando y superarse a sí mismos”.
