Nunca se atrapó al monstruo de las 21 caras

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Monstruo de las 21 caras
Monstruo de las 21 caras

Quienes haya visto la serie ‘Ghost in the shell: Stand Alone Complex’ recordará al hombre que ríe, el misterioso terrorista que ataca a la policía, sin que nadie logre averiguar su identidad. El personaje se inspiró en el Monstruo de las 21 Caras, un grupo de delincuentes que secuestró al presidente de la empresa de dulces Glico, en 1984, y luego se dedicó a chantajearla a ella y a otra empresa del mismo ramo, Morinaga, afirmando que sus dulces estaban cubiertos de cianuro, por ejemplo.

Junto a grupo de encapuchados se convirtieron en el terror de las tiendas de dulces. Secuestraba a empresarios chocolateros y advertía que envenenaría todos los dulces que salgan a la venta.

El grupo envió cartas a los periódicos pidiendo diferentes cantidades de dinero para cesar las extorsiones, y la policía estuvo cerca de atrapar, al menos, uno de sus integrantes, pero al cabo de unos 17 meses, la actividad del Monstruo cesó, sin que se supiera nada más de ellos. Fue una llamada de atención para los japoneses, que creían que el país era seguro y no tenía espacio para este tipo de crímenes.

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LA HISTORIA

Han terminado las olimpiadas en Japón, un maravilloso país que brilla por su arte, su gastronomía, su animación y su inmensa cultura. Se puede contar muchísimo: hay acciones loables, y crímenes que parecen sacados de un anime o un manga, con extorsiones, villanos en las sombras y cartas amenazantes. Uno de ellos fue el Caso Metropolitano del Distrito #114. Aunque así lo registró la policía, es más famoso como “Glico-Morinaga” o “El monstruo de las 21 caras”.

Es el 18 de marzo de 1984, cuando Katsuhisa Ezaki, presidente de la empresa Glico (una de las confiteras más importantes de Japón, creadora de los dulces Pocky) descansaba con su familia, y de súbito irrumpieron en su hogar un grupo de hombres enmascarados que lo secuestraron, llevándolo a Ezaki a una bodega a Ibaraki, pidiendo mil millones de yenes y lingotes de oro.

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Milagrosamente, el empresario logró escapar. Los hechos conmocionaron al país, que en aquel entonces tenía un índice de delincuencia bajísimo.

Cuando parecía que todo había terminado, unos coches en el estacionamiento de Glico se incendiaron y la empresa recibió una carta amenazante: o pagaban más dinero, o cientos de cajas de chocolates saldrían envenenadas al mercado. ¿Quién se había colado a la empresa? ¿Era cierto? Nadie lo sabía. El responsable firmaba como “El monstruo de las 21 caras”, en referencia al villano de una novela escrita por Edogawa Rampo, uno de los autores de misterio más populares de Japón. Sin duda era un criminal leído, pues juraba que “Ni Sherlock Holmes podría atraparnos”.

 

LOS CRÍMENES EMPIEZAN CON UNA MENTIRA

Glico tuvo que retirar miles de cajas, lo que generó pérdidas de millones de dólares y el despido de más de 400 empleados. “Estimados oficiales: todos los crímenes empiezan con una mentira, como decimos en Japón. ¡Entramos por la puerta principal!”.

El responsable se aburrió de Glico y la dejó en paz, para enfocarse en la empresa Morinaga, dedicada también a la confitería. Varias empresas de alimentos y dulces serían acosadas por ese misterioso grupo delincuencial.

La alerta de los dulces Glico fue falsa, más no cuando amenazaron a Morinaga. En esta ocasión, fue necesario retirar 21 caramelos de tiendas que tenían el sticker con la frase “Estos dulces contienen veneno. –Atte. El monstruo de las 21 caras”.

Hubo varios intentos infructuosos de la Policía por atrapar al responsable, como cuando pidió un rescate de 50 millones de yenes a la empresa Marudai, quedándose de ver en un tren rumbo a Kioto, pero el policía encubierto solo alcanzó a ver a un hombre que, según su descripción “tenía ojos de zorro”. Asimismo, el mismo hombre fue visto en una camioneta robada cuando se esperaba entregar otra cuantiosa suma.

Durante 17 meses fueron constantes extorsiones a varias empresas, y más de 100 cartas escritas en dialecto de Osaka. Todo llegó a su punto más álgido en agosto de 1985 cuando Shoji Yamamoto, detective a cargo del caso, no pudo soportar el fracaso de no dar con el monstruo y se suicidó, autoinmolándose en el patio de su casa. Poco después, llegó una carta a los medios y a la Policía: “El policía Yamamoto ha muerto. ¡Qué estúpido fue!” La carta afirmaba que ya no molestarían a nadie más, porque “Somos los malos, y tenemos más mal que hacer. El monstruo de las 21 caras”. Así fue como, de la nada, las amenazas cesaron.

EN LA ACTUALIDAD

El Monstruo de 21 Caras ya no puede ser acusado por su crimen debido al estatuto de limitaciones en Japón, pero ningún individuo del grupo se ha presentado. Es poco probable que alguna vez se comprenda o se resuelva por completo su ola de crímenes. Más allá del suicidio del superintendente de policía, nadie murió y parece que el grupo solo quería causar un pánico masivo.

No se reveló más información al público y el Monstruo de 21 Caras será recordado para siempre como un grupo de individuos misteriosos, tanto jóvenes como mayores, que se dirigieron a las empresas de alimentos sin ninguna razón aparente más que por ser divertido.

Hasta el día de hoy, el caso sigue sin resolver. En total, fueron 28 delitos, 125 mil interrogatorios, y 28 mil pistas. Un caso real, pero digno de ficción.