Cuando Sharon se disponía a entrar en su carro, estacionado en un aparcamiento subterráneo, sintió un objeto duro contra su espalda y una voz que le decía: “No grites”. Al girarse, asustada, la joven, de 24 años, vio a un hombre alto y regordete encañonándola con una pistola. Sin pensárselo dos veces, comenzó a luchar con su atacante: le mordió en la mano, trató de arrebatarle el arma, pero terminó en el suelo con un fuerte golpe en la cabeza.
Su modus operandi era atacar a mujeres jóvenes, principalmente estudiantes, a las que raptaba en lugares públicos
El individuo decidió abandonarla allí al sentir que alguien se aproximaba: Sharon acababa de salvar su vida de las garras de un asesino en serie.
El responsable de este asalto era Jerry Brudos, más conocido como ‘The Lust Killer’, que secuestraba a estudiantes con la intención de torturarlas y matarlas, para después vestirse y ponerse los tacones de sus víctimas, una mente realmente retorcida. En un año, asesinó a cuatro personas, aunque la Policía está convencida de que el número es mayor.
A PALOS
Jerome Henry Brudos (Jerry para la familia) tuvo una infancia traumática al no ser deseado por su madre: la mujer prefería tener una niña y, desde su nacimiento, lo maltrató tanto física como psicológicamente.
A esto se sumó el desarrollo de una obsesión con la ropa de mujer, y especialmente, con los zapatos. Cuando Jerry tenía cinco años encontró un par de tacones cerca de su casa, se los llevó y cuando llegó a su habitación, se los puso. En ese momento, su madre lo pilló y se los quitó con la mediante bronca. A partir de ahí, al pequeño le quedó tal fijación por esta prenda femenina, que llegó a robársela a una profesora y a intentarlo con la ropa interior de unas compañeras de colegio. Tenía doce años.
Entre 1961 y 1967, Jerry se dedicó a robar la ropa interior de las mujeres del vecindario y a esconderla en el garaje de su casa como si fuese un trofeo. Hasta que en enero de 1968 inició su carrera criminal al perpetrar su primer crimen, el de Linda Slawson, de 19 años, una vendedora de enciclopedias que acudió al domicilio de los Brudos para realizar una venta a puerta fría.
EN EL RÍO
A lo largo del siguiente año, Brudos utilizó el mismo modus operandi con el resto de sus víctimas, también con aquellas que tuvieron la suerte de sobrevivir. Todas ellas eran mujeres jóvenes, principalmente estudiantes, a las que raptaba en lugares públicos para, seguidamente, trasladarlas a su garaje donde cometía los asesinatos. Una vez muertas, el fetichista se calzaba sus tacones.
Sharon Wood, de 24 años, forcejeó con su atacante en un aparcamiento subterráneo cuando se disponía a regresar a casa. La muchacha luchó con uñas y dientes contra Jerry, y aunque terminó inconsciente en el suelo tras recibir un fuerte golpe en la cabeza, el modo en que opuso resistencia hizo que el asesino finalmente terminara huyendo.
Aquella tarde del 21 de abril de 1969, la Policía tomó declaración a Sharon y, pese a ofrecer una escrupulosa descripción de Brudos, esta jamás llegó a manos del detective Stovall, encargado de la investigación de las últimas desapariciones de chicas en el Estado de Oregón. Por lo tanto, el caso de Wood se investigó como un hecho aislado.
El 10 de mayo de 1969, un pescador divisó en el río Long Tom lo que parecía un paquete. Cuando se acercó comprobó que estaba ante el cadáver de una mujer que todavía conservaba puesto el abrigo y que había sido lastrada con una pesada caja de herramientas. El hombre avisó a las autoridades y descubrieron que se trataba de una de las jóvenes desaparecidas recientemente, Linda Salee.
LA COLECCIÓN
El detective al mando Jim Stovall, acompañado del detective Jerry Frazier, se personaron en la vivienda de Brudos. Mientras uno conversaba con el sospechoso, el otro recorrió la casa hasta llegar al garaje donde encontró trozos de cables de cobre, algunos de ellos anudados de manera similar a los localizados para hundir a las víctimas del río, y un gancho en el techo.


Aunque las pruebas apuntaban claramente a Jerry como el autor de dichas muertes, se necesitó un testimonio aplastante para encerrarlo: la declaración de la quinceañera Gloria, que lo identificó durante una rueda de reconocimiento.
Aunque en un primer momento, el detenido se declaró inocente de los crímenes, el agente Stovall se metió en su psique hasta derrotarlo y propiciar una asombrosa declaración: Brudos contó con todo lujo de detalles cómo, dónde y cuándo mató a las víctimas.
Durante el juicio, el ‘asesino fetichista’ trató de exculparse de los crímenes aludiendo a una enfermedad mental, algo que hasta siete psicólogos rebatieron en sus exploraciones al concluir que el acusado era un “psicópata egoísta y vanidoso” con un alto coeficiente intelectual y que no sufría demencia alguna.
LA CONDENA
El 28 de junio de 1969, el tribunal condenó a Jerry Brudos a tres asesinatos en primer grado (nunca se demostró la autoría del último al no aparecer el cuerpo) y lo sentenció a tres cadenas perpetuas consecutivas sin posibilidad de libertad condicional.
Si bien, Jerry trató de recurrir su sentencia en numerosas ocasiones alegando que ya no constituía ningún peligro para la sociedad, en junio de 1995, la Junta de Libertad Condicional de Oregón le rechazó toda posibilidad con el siguiente escrito: “Estará en prisión por el resto de su vida y no habrá más audiencias de libertad condicional”.
El 28 de marzo de 2006, después de una larga enfermedad a causa de un cáncer de hígado, Jerry Brudos falleció a los 67 años en la enfermería de la cárcel.