De los siete cadáveres que contrastaban como sombras lúgubres contra la pared blanca de un taller de carros en Chicago, brotaban espesos riachuelos de sangre que lentamente drenaban en un desagüe.
El crimen que marcó el final de Al Capone y de la Ley Seca en Estados Unidos
En la entrada del establecimiento se había congregado un grupo de vecinos atraído por el ruido de los disparos que los había sacado de su cotidianidad esa mañana de San Valentín de 1929.
Querían ver con sus propios una imagen común del Chicago de finales de los años 20, una ciudad corrompida por la mafia después de nueve años de ese experimento social fallido que fue la prohibición del consumo de alcohol (la infame ley seca), que había provocado numerosas vendettas entre bandas.
Pero esta matanza, ejecutada el 14 de febrero de 1929, estuvo lejos de ser un enfrentamiento más. Su brutalidad marcó un hito en la escalada de la violencia entre bandas que había impulsado la ley seca en EE.UU., y es vista por muchos historiadores como el hecho que precipitó el principio del fin de la prohibición del alcohol.
Además, casi 100 años después de que ocurriera, sigue sin haber sido esclarecida. Es uno de los «cold cases» (casos fríos) más emblemáticos del país.
Y también se cree que precipitó la caída de Al Capone, el «jefe de jefes» del crimen organizado del Chicago de los años 20, a pesar de que nunca hubo evidencia concreta que lo vinculara con la matanza ni una condena en su contra.
Pero ¿cómo una matanza que ocurrió a casi 2.000 kms de distancia de donde estaba Capone -quien había viajado a Florida supuestamente a atenderse problemas de salud- llevó a su caída?
UN PADRINO DEL CRIMEN
Para 1929, el de Al Capone ya era el nombre más reconocido en el mundo del crimen de EE.UU. Alphonse Gabriel Capone, o «Scarface», como le llemaban en el mundo del crimen, pasó la primera mitad de la década de los años 20 escalando hasta la cima de la familia Colósimo.
En 1925, luego de que un intento fallido de asesinato obligara al jefe de la familia -«Big Jim» Colósimo- a retirarse, Capone se convirtió en el capo de la organización.
«Los últimos tres años (antes de la matanza), Capone había sido el gángster más famoso en EE.UU.», cuenta el biógrafo Jonathan Eig, quien en su recuento de la vida del mafioso de 2010 presentó una nueva teoría de los hechos detrás de la matanza de San Valentín.
«En parte es porque no trataba de esconderse: le gustaba ser una celebridad. En realidad, fue el primer gángster famoso en EE.UU. Era alguien que daba entrevistas y posaba para fotos.»
Esto a pesar del «imperio del crímen» que tenía bajo su control: «las apuestas, la prostitución, la venta ilegal de licor, los sobornos, los narcóticos, robos, ‘negocios de protección’ y asesinato» en el Chicago de 1929 eran de Capone, según un reporte del FBI.
Para lograr la impunidad, mantenía las investigaciones de sus crímenes dentro de la jurisdicción local de Chicago, donde se valía de la corrupción para hacerlas desaparecer.
Esta estrategia le funcionó bien hasta febrero de 1929.
Leer también [La historia de las hermanas “Mariposas” muertas cruelmente por órdenes de un dictador»]
LA MATANZA DE SAN VALENTÍN
Según se recoge en la reconstrucción forense que hicieron las autoridades el día después de la matanza de San Valentín -en base a la información recogida en el lugar y a testimonios de testigos presenciales-, en la mañana del 14 de febrero, un grupo de entre cuatro y cinco hombres -al menos tres de ellos vestidos de policía- se bajó de un gran Cadillac negro frente al garaje.
Dentro del taller había un grupo de siete hombres: seis de ellos impecablemente vestidos con traje y corbata -uno de ellos llevaba una gardenia en la solapa- y el mecánico, quien llevaba puestos sus overoles de trabajo. Eran todos miembros o allegados a la organización criminal de los hermanos Morán, que surtía de licor a la zona norte de Chicago. Además, el perro del mecánico estaba amarrado a uno de los autos.
En el momento en que los vieron entrar, los hombres que estaban en el taller no opusieron resistencia a pesar de estar fuertemente armados. Además, sorprende que entre las víctimas estuvieran Frank y Peter Gusenberg, dos reconocidos delincuentes que eran un dolor de cabeza para las autoridades de la ciudad.
Los hombres vestidos de policía pidieron a los miembros de la banda que se alejaran de ventanas y puertas y luego, descargaron sus ametralladoras, dejando tras de sí una pila de cuerpos llenos de agujeros y plomo. Al final, solo se escuchaban los amargos aullidos de uno de los dos testigos que aún seguían vivo, el perro del mecánico.
Pocos segundos antes de morir de las heridas sufridas, el único sobreviviente humano del ataque, Frank Gusenberg, alcanzó a musitar: «It was the cops» (fueron los policías) .
«Fue mucho más violenta que la mayoría de las matanzas entre organizaciones criminales de los años 20», dice Eig.
«Además, se fotografió y se publicó en la primera página de los periódicos y, los tabloides en particular, estaban publicando fotografías que no se hubieran publicado unos años antes», agrega.
Esto pondría toda la atención en el capo más famoso de la ciudad.
Leer también [La trágica historia de la “loca” del Muelle de San Blas]
LA CAPTURA DEL JEFE
Después de la matanza, y ante la violencia que había provocado la ley seca, el recién electo presidente Herbert Hoover hizo de la lucha contra el crimen organizado una de sus principales prioridades. El 20 de marzo, invitó a un grupo de residentes prominentes de Chicago a la Casa Blanca y dijo:
«Me contaron de que Chicago estaba en manos de los gángsters. Que la policía y los magistrados estaban bajo su control. Que el gobernador del estado era inútil y que solo a través del gobierno federal podría la ciudad recuperar la capacidad de autogobernarse.»
«Hasta ese punto, la lucha contra el crimen era, en realidad, un asunto local, del departamento de policía local, sin mucha jurisdicción federal», cuenta Jonathan Eig.
«Pero después de la matanza de San Valentín se empieza a ver cómo J. Edgar Hoover y su [recién creado] FBI empiezan a adquirir más poder y a insertarse en la lucha contra el crimen alrededor del país».
De hecho, el arresto de Capone no tuvo nada que ver con la matanza en sí. Una serie de arrestos menores -uno por no acudir a una citación judicial, otro por llevar armas escondidas- le dio tiempo suficiente a la agencia de impuestos de EE.UU. para construir un caso de evasión fiscal contra el mafioso.
Pasó seis años tras las rejas, y cuando salió, su mente había sido afectada por la demencia causada por la sífilis, terminando así con su vida criminal.
«En primer lugar, [la masacre] llevó a la condena por evasión de impuestos porque el gobierno solo quería sacarlo de las calles», dice Eig.
«La matanza realmente molestó a mucha gente. Hizo parecer que EE.UU. estaba fuera de control, que las bandas estaban dirigiendo las ciudades, y Capone se volvió el objetivo».
Pero además, la matanza «le ayudó a recordar a la gente que la prohibición (del alcohol) no estaba funcionando, y creo que ayudó a pavimentar el fin de la prohibición».