Conozca los cuidados para prevenir una embolia

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embolia
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El ictus es una enfermedad cerebrovascular que afecta a los vasos sanguíneos que suministran sangre al cerebro. También se le conoce como accidente cerebrovascular (ACV), embolia o trombosis. Los dos últimos términos, no obstante, se refieren más bien a distintas causas del ictus. Un ictus ocurre cuando un vaso sanguíneo que lleva sangre al cerebro se rompe o es taponado por un coágulo u otra partícula.

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Debido a esta ruptura o bloqueo, parte del cerebro no consigue el flujo de sangre, oxígeno y glucosa, que necesita. La consecuencia es que las células nerviosas del área del cerebro afectada no reciben oxígeno, por lo que no pueden funcionar y mueren transcurridos unos minutos.

TIPOS:

Isquémico o infarto cerebral

El ictus isquémico o infarto cerebral, ocurre cuando una arteria queda obstruida, normalmente por un coágulo de sangre o trombo. El trombo limita de forma parcial o total el flujo sanguíneo disminuyendo la cantidad de oxígeno que llega al cerebro.

Hemorrágico

El ictus hemorrágico, es el menos frecuente de entre los casos, entre un 10 y el 15% de los casos. Se produce al romperse un vaso sanguíneo (vena o arteria) derivando en una hemorragia dentro de cerebro. El oxígeno deja de llegar al cerebro, por lo que las células nerviosas dejan de funcionar y mueren en pocos minutos.

Otra causa importante de ictus es la Fibrilación auricular. Es el tipo de arritmia más frecuente y afecta a más de 650.000 españoles suponiendo un gran problema de salud y aumentando el riesgo de sufrir episodios cardíacos.

 

FACTORES DE RIESGO:

  • Edad: A partir de los 55 años, cada década que pasa se dobla el riesgo de tener un ictus.
  • Hipertensión: Predispone tanto a los infartos como a las hemorragias cerebrales.
  • Diabetes: Incrementa entre 1,8 y 6 veces el riesgo de ictus, en especial si el paciente además tiene hipertensión arterial.
  • Sedentarismo: Es una de las causas de ictus.
  • Obesidad: Sobre todo, abdominal, incrementa el riesgo de ictus, tanto en hombres como en mujeres.
  • Tabaco: Incrementa el riesgo de infarto y de hemorragia cerebral. El riesgo disminuye pasados al menos cinco años de dejar de fumar.
  • Colesterol elevado: El hipercolesterolemia aumenta de forma significativa la probabilidad de sufrir ictus isquémico.
  • Antecedentes familiares: El riesgo de padecer un ictus es mayor.

 

SÍNTOMAS:

  • Pérdida repentina de la fuerza en la cara, brazo y/o pierna de un lado del cuerpo.
  • Alteración repentina en la sensibilidad (“acorchamiento”, hormigueo”) en cara, brazo y/o pierna de un lado del cuerpo.
  • Pérdida súbita de la visión de uno o ambos ojos.
  • Dificultad repentina para hablar, expresarse o comprender el lenguaje.
  • Dolor de cabeza súbito, de alta intensidad y sin causa aparente
  • Sensación de inestabilidad o desequilibrio bruscos, en especial si se acompaña de algunos de los anteriores.

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DIAGNÓSTICO:

La llegada del paciente a un centro hospitalario en las primeras 6 horas de comienzo del ictus resulta fundamental para reducir las complicaciones en un 25-30%.

El diagnóstico del accidente cardiovascular (ictus) se basa en una valoración por parte del especialista y, sobre todo, la realización de pruebas de neuroimagen (escáner y resonancia magnética cerebral), ecodoppler de troncos supraaórticos y doppler transcraneal.

El estudio carotídeo permite diagnosticar si la causa ha sido la formación de un trombo en los vasos sanguíneos que ha interrumpido el flujo de la sangre y, por lo tanto, valorar los tratamientos preventivos más específicos, como una endarterectomía carotídea o la terapia endovascular.

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TRATAMIENTO:

Los objetivos terapéuticos ante el paciente con ictus pasan por preservar la vida de la persona que lo ha sufrido y por preservar la función de las estructuras cerebrales involucradas. En tanto los tratamientos disponibles deben ser administrados lo más pronto posible (como se ha referido, en las 4,5 primeras horas tras el inicio de los síntomas) es también obligado que el paciente que acaba de sufrir un ictus sea trasladado a un hospital lo antes posible. Una vez establecido el diagnóstico (historia clínica, exploración neurológica, estudios complementarios) las posibles opciones de tratamiento serán:

  • Fibrinolisis endovenosa: Consiste en la administración de un fármaco encaminado a “disolver” el trombo que ha causado el ictus. Lógicamente esta opción queda reservada para los ictus isquémicos.
  • Fibrinolisis intraarterial o abordaje endovascular (trombectomía): En casos seleccionados, bien por la naturaleza del propio ictus (trombo en origen de una gran arteria), por el tiempo transcurrido (más de 4,5 horas) o por otras circunstancias (el propio fracaso del tratamiento intravenoso), puede recurrirse a estos procedimientos de neuro-intervencionismo vascular.

Con independencia de los procedimientos comentados, en todos los pacientes con ictus (incluidos los hemorrágicos) es obligado el control del estado general, con el consiguiente soporte hemodinámico (sueros y fluidos parenterales), oximétrico (oxígeno, en los casos precisos) y nutricional (enteral o parenteral, según permita el estado clínico del paciente), así como el tratamiento de todas aquellas circunstancias que concurran en un caso dado (edema cerebral, arritmias cardiacas, infecciones intercurrentes, alteraciones iónicas, descompensaciones hiperglucémicas, etc.).

Superada la fase aguda (aunque es deseable iniciar durante la misma) entra en juego el tratamiento rehabilitador, a diseñar en función de las secuelas de cada paciente (logopedia en unos casos, rehabilitación de la marcha en otros, etc.). Este proceso puede prolongarse días, semanas o meses, en función de la situación de partida y los objetivos a alcanzar en un paciente dado.