Conozca al “ángel exterminador” que asesinaba sin piedad en la época nazi

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Irma Ilse Ida Grese 'ángel exterminador'
Irma Ilse Ida Grese 'ángel exterminador'

Angel exterminador. “Ha sido descrita como la peor mujer de todo el campo. No había crueldad que no tuviese relación con ella. Participaba regularmente en las selecciones para la cámara de gas, torturando a discreción. En Belsen, continuó con el mismo comportamiento, igualmente público.

Las investigaciones apuntan a un promedio diario de treinta crímenes por parte de la cruel Irma Ilse Ida Grese

Irma Ilse Ida Grese nació en la localidad alemana Wrechen el 7 de octubre de 1923 en el seno de una familia desestructurada. Su padre, Alfred Grese, un lechero disidente del Partido Nazi se había quedado viudo después de que su mujer se suicidase en 1936.

Fue tras su paso como limpiadora en una clínica en Hohenlychen donde su director, el doctor Karl Gebhardt -acusado de realizar experimentos quirúrgicos a prisioneros de los campos de concentración de Ravensbrück y Auschwitz y juzgado en el Doctor’s Trial de Nuremberg– quien la animó a que no decayera.

Nada debía interponerse entre Grese y su futuro en las dependencias de las SS, ni siquiera ser madre y formar una familia. Cuando Irma se quedó embarazada ordenó a otra confinada, que le practicase un aborto. Esta temía tanto a Grese que la ayudó.

Quizá esa frialdad fue el motivo por el que en marzo de 1942 y a la edad de 18 años, finalmente Irma Grese lograse entrar como voluntaria en el campo de Ravensbrück, tras un intento previo fallido. Allí empezaría su entrenamiento.

Tras su periodo de aprendizaje, en marzo de 1943 Grese fue trasladada a Auschwitz y asignada al Konzentrationslager (KL) de Birkenau, donde en un primer momento realizó labores de control de provisiones, manejo de correo y de la Strassenbaukommando, el comando de la unidad de carreteras.

Aún no había cumplido los veinte años y su carrera seguía en ascenso. En otoño de ese mismo año Grese fue nombrada SS Oberaufseherin (supervisora) con un sueldo de 54 marcos al mes, unos 28 euros.

LA MUJER MÁS IMPORTANTE

La alemana era la segunda mujer de más alto rango en el campamento después de María Mandel , lo que suponía que estaba a cargo de unas 30.000 reclusas de origen judío, en su mayoría polacas y húngaras.

El ángel, según contaron los supervivientes, se paseaba por los pabellones. Durante su recorrido la acompañaban sus perros, siempre hambrientos y furiosos, que Irma utilizaba a su gusto. Una de sus diversiones era lanzar a estas fieras contra las reclusas para que fueran devoradas.

Otro de sus modus operandi consistía en asesinar a las internas pegándoles un tiro a sangre fría. También utilizó un látigo trenzado para destrozar los pechos de las mujeres, preferiblemente judías y con buena figura, hasta causarles la muerte.

Las cautivas eran tratadas como meros conejillos de indias, cualquier ensayo médico valía si con ello se conseguía impartir un sufrimiento extremo. Todo era lícito, sobre todo si era para uso y disfrute de la guardiana nazi. “Llegó a sacar los ojos a una niña al encontrarla hablando con un conocido a través de la alambrada”, aseguraba un superviviente de Técsö.

Actualmente, no se conoce con exactitud el número concreto de asesinatos que la Bestia podría haber infligido en el galpón C del campo de Birkenau, las investigaciones apuntan a un promedio diario de treinta crímenes. La capacidad de su pabellón era de 30.000 reclusas.

Auschwitz-Birkenau no fue el único campo de concentración que padeció el encarnizamiento de Irma Grese. Durante un breve lapso de tiempo -de enero a marzo de 1945-, la joven regresó nuevamente al campamento de Ravensbrück para después ser enviada a Bergen-Belsen, cerca de Hannover, Alemania.

DISPARABA SIN PIEDAD

Durante la madrugada de la rendición, del 14 al 15 de abril de 1945, el comandante Josef Kramer negoció la entrega con los británicos. Mientras tanto y con el recinto de Bergen-Belsen aún en manos alemanas, el personal de vigilancia disparó contra varios prisioneros que intentaban escapar.

A primera hora de la mañana, los aliados llegaron y se encontraron con un personal teutón en hilera, pulcramente uniformado, impecable e implacable y, entre ellos, a una glacial Irma Grese de mirada arrogante.

Tras su detención, Grese fue juzgada junto con el comandante de Bergen-Belsen, Josef Kramer y otros cuarenta oficiales en septiembre de 1945. Estaban acusados de cometer crímenes de guerra y tenían varios cargos de asesinato y malos tratos a los prisioneros de los campos de concentración de Bergen-Belsen y Auschwitz.

Aun siendo condenada, Grese negó todos los cargos de asesinato que se le imputaban, jamás renegó de la ideología nazi e, incluso, llegó a entonar los cantos marciales de las SS en la víspera de su ejecución.

En el 54º día del juicio, la nazi fue declarada culpable por cometer crímenes de guerra en los campos de Bergen-Belsen y Auschwitz. Según el Tribunal, aún siendo responsable del bienestar de los prisioneros violó las leyes y costumbres en tiempos de guerra y participó en maltratos de algunas personas causándoles incluso la muerte. El veredicto: morir en la horca.

El viernes 13 de diciembre de 1945 a las 9:34 de la mañana, Irma Grese se dirigió a la sala de ejecuciones en compañía de su verdugo, el británico Albert Pierrepoint. Al entrar, contempló durante unos instantes a los funcionarios que allí se encontraban y después subió los escalones hasta la trampilla tan diligente como pudo. Sus últimas palabras fueron: “Schnell!” (¡rápido!). Tenía 22 años.

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