Dorothea Puente: mataba ancianos y los enterraba en el jardín

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Dorothea Puente
Dorothea Puente

El hedor que provenía de la casa de Dorothea Puente era insoportable. Los vecinos llevaban tiempo quejándose del olor a podredumbre que emanaba de la propiedad de esta abuela de apariencia amable. “Problemas del alcantarillado”, se justificaba ella. Pero ni el cloro ni la cal que esparció pudieron contener ese fétido aroma. Aquella casa, utilizada como pensión para enfermos y ancianos, escondía un tétrico secreto: el asesinato de sus huéspedes.

La historia de la dulce abuela que resultó ser una estafadora y asesina en serie

La sospecha de una trabajadora social ante la extraña desaparición de uno de sus protegidos llevó a la Policía a registrar el inmueble y a descubrir varios cadáveres enterrados en su jardín trasero. Acababan de atrapar a una asesina en serie que estafaba a sus víctimas antes de matarlas.

Mentirosa patológica Dorothea Helen Gray, más conocida como Dorothea Puente, nació el 9 de enero de 1929 en Redlands (California, Estados Unidos), en el seno de una familia trabajadora. Sus padres, Trudy Mae Yates y Jesse James Gray, eran recolectores de algodón, pero murieron cuando ella era tan solo una niña.

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Con nueve años, Dorothea fue enviada a un orfanato donde sufrió toda clase de abusos sexuales para, después, vivir con unos familiares en Fresno.  Con los años se convirtió en una mentirosa empedernida que utilizaba sus invenciones para conseguir sus propósitos, especialmente los económicos.

Dorothea se casó cuatro veces. Separada de sus maridos, Dorothea puso en marcha la denominada ‘casa de la muerte’, una especie de pensión de tres plantas y dieciséis habitaciones ubicada en el 2100 F Street de Sacramento.

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ESTAFADORA Y ASESINA

La mujer comenzó a recibir a huéspedes de edad avanzada o con problemas psicológicos. Se mostraba amable y generosa, pero, a veces, sacaba su lado más tacaño y posesivo. Quienes osaban enfrentarse a Dorothea por sus artimañas financieras terminaban enterrados en el jardín.

Una de las primeras víctimas fue Ruth Monroe, amiga de Dorothea, que en abril de 1982 falleció por sobredosis de codeína y paracetamol. La Policía creyó a Puente cuando alegó que la mujer padecía de depresión por la enfermedad terminal de su marido. Nadie puso en duda su versión y lo trataron como un suicidio.

Los huéspedes se iban registrando en la pensión y algunos de ellos desapareciendo misteriosamente. Dorothy Miller, de 64 años, tenía problemas con el alcohol y fue encontrada con los brazos pegados al pecho con cinta adhesiva.

Betty Palmer, de 78 años, fue enterrada en camisón, sin cabeza ni manos. Leona Carpenter, también de 78, fue vista por última vez agonizando en el sofá del inmueble y la Policía encontró el hueso de su pierna sepultado en el jardín. La denominada ‘abuela asesina’ también mató a James Gallop, de 62 años, y a Vera Faye Martin, de 64 años. El reloj de esta última seguía funcionando tras exhumarla.

El 1 de enero de 1986, un pescador encontró una caja con un cadáver dentro. Era la última pareja sentimental de Dorothea Puente pero, debido al estado de descomposición, los forenses no lograron identificarlo hasta pasados tres años, tiempo que la mujer aprovechó para hacer creer a la familia de Gillmouth que seguía vivo aunque enfermo.

Hasta 1988, los servicios sociales de Sacramento confiaron absolutamente en la labor desempeñada por Dorothea Puente con algunos de los casos más difíciles. La asistente social Peggy Nickerson fue una de las que más huéspedes le proporcionó en estos años. Un total de 19 personas pasaron por la pensión del horror sin conocer las verdaderas intenciones de su dueña: apropiarse de sus pensiones.

En cuanto llegaba el correo, Dorothea lo incautaba evitando que sus receptores dispusieran de dicha documentación. A partir de ahí, falsificaba sus firmas, sacaba dinero de los bancos, cobraba cheques y, si alguien la descubría y osaba enfrentarse, lo asesinaba. Siempre utilizaba el mismo modus operandi: un buen coctel de drogas antes de asfixiarlos. Una vez muertos, los enterraba en la parte trasera del inmueble.

 

CADÁVERES EN EL JARDÍN

El 7 de noviembre, la Policía se presentó en la casa de huéspedes de Puente. Tras las elocuentes explicaciones de la dueña sobre su paradero, los agentes se marcharon. Pero cinco días después, regresaron para registrar la casa. Un residente confesó haber mentido por orden de Dorothea. Estaba ocultando algo.

La mañana del 11 de noviembre, el detective John Cabrera junto con varios policías inspeccionaron la pensión. Mientras que en el interior no encontraron nada, en el exterior se percataron de que la tierra estaba removida. Cabrera cavó el terreno, tiró de algo que creyó una raíz de árbol, pero se trataba de un hueso humano. Era la pierna de Leona Carpenter.

Durante las siguientes horas, hallaron carne seca, pedazos de tela y un total de siete cadáveres. Puente se mostró tan sorprendida y en shock ante los hallazgos que, en un primer momento, la Policía no la encontró sospechosa. Tanto es así que con la excusa de salir a comprar café, Dorothea emprendió una rápida huida. Sin embargo, la encontraron.

Una vez detenida y de regreso a Sacramento, Dorothea hizo sus primeras declaraciones negando su participación en los crímenes.

El examen postmortem a los cadáveres reveló que las víctimas tenían gran concentración de flurazepam en sangre, además de las huellas de la asesina. Por no mencionar el cobro de más de sesenta cheques pertenecientes a los huéspedes una vez fallecidos. Puente tenía un claro móvil económico para perpetrar estos asesinatos seriales.

Con toda esta información, el 15 de julio de 1993 los miembros del jurado se retiraron a deliberar. El 11 de diciembre, el magistrado Virga dictó sentencia y condenó a Dorothea Puente a cadena perpetua sin posibilidad de libertad condicional.

Recluida en la Penitenciaría Central de Mujeres de California en Chowchilla, la ‘anciana asesina’ mantuvo su inocencia hasta el fin de sus días. Murió el 27 de marzo de 2011 a los 82 años y por causas naturales.